jueves, 23 de octubre de 2014

El Eterno Retorno, parte 2



Se pusieron a salvo cuando aquella criatura se encontraba tan sólo a unos pocos metros de allí. El Señor del Tiempo apuntó su instrumento hacia la puerta de roca que se cerró justo a tiempo para cortarle el paso al cybershade.
—¿Eso era un cybermen de esos? —preguntó Donna, jadeando aun por la carrera.
—Algo así —respondió el Doctor—. Debió agarrarse al exterior de la TARDIS cuando escapamos. Debería haber muerto en el vórtice temporal, pero hace tiempo que los cybermen se actualizaron para sobrevivir en el vacío, el viaje solamente le habrá hecho cosquillas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Clara— Parece una especie de corredor, pero no consigo ver el final.
El Doctor alumbró con su Destornillador el largo pasillo escavado directamente en la roca y este se iluminó con un resplandor cegador a través de centenares de miles de piedras luminiscentes situadas en el techo abovedado. 

 
—Uhm, interesante.
—¿Qué es tan interesante? —Donna miró hacia arriba imitando la postura del galifreyan.
—¿Quién abrió la puerta? —preguntó el Doctor.
—Tú, por supuesto, con tu chisme del espacio —contestó su pelirroja compañera.
—No, tan sólo reaccionó al detectar el Sónico. ¡Eh! Y no lo llames chisme —agitó el instrumento a modo de reprobación hacia su compañera—. Yo no abrí la entrada, solamente la encontré y se activó por sí sola, al igual que estas luces.
—¿Quieres decir que algo nos está ayudando? —Clara se cruzó de brazos y frunció el ceño, como siempre hacía cuando algo le preocupaba.
—Aun no tengo claro que nos esté ayudando, puede que sea una trampa —miró fijamente el fondo de aquel corredor y le pareció ver una figura que le resultaba familiar, pero al momento se desvaneció—. O tal vez sólo sea casualidad y las puertas estén diseñadas para abrirse automáticamente al detectan la presencia de alguien, al igual que las luces.
—Pero, ¿y si es una trampa?
—Entonces caeremos en ella, Clara. Como siempre —sonrió y comenzó a caminar hacia el interior de la construcción.
Unos fuertes golpes resonaron en la estructura, amortiguados por el espesor de la dura roca, a los que continuó un gruñido mecánico, como el chirrido de un engranaje oxidado. Todos sintieron un escalofrío.
—Doctor, ¿crees que aquí estaremos a salvo? —Donna miró hacia la entrada y se estremeció con cada arremetida de la bestia.
—Estos muros resistirían hasta una explosión nuclear. Yo no me preocuparía tanto por lo que hay ahí fuera como por lo que podemos encontrar aquí dentro.
Anduvieron por aquellos interminables pasillos durante horas, girando a izquierda y derecha sin encontrar una estancia diferente, ni una salida, ni tan siquiera una señal que les sirviera de guía. Aquel laberinto parecía extenderse kilómetros y kilómetros bajo la superficie de aquel macizo sin ningún propósito, y que aquello empezaba a afectarles.
—Necesito agua —se quejó Donna—. Tengo mucha sed y la cabeza me da vueltas.
—Creo que no ha sido buena idea abandonar la TARDIS, Doctor.
Clara sudaba y se tambaleaba, desorientada y aturdida por una creciente sensación de claustrofobia que empezaba a invadirles. El Doctor sacó de uno de sus bolsillos, más grandes por dentro, una cantimplora y se la dio a beber a sus compañeras.
—Siempre me he preguntado cuál será el límite para esos bolsillos tuyos —Donna echó un trago y se dejó caer en el oscuro suelo de roca.
El doctor empapó un poco de agua en un pañuelo y se lo pasó por la frente a Clara. Después le dio de beber.
—Eh, vamos, ¿cómo te encuentras?
—Bien, sólo un poco mareada.
—Vamos a salir de aquí, os lo prometo —se dirigió a sus compañeras—. Debe de haber una salida y tiene que estar cerca —algo le llamó la atención, una sombra fugaz a través del rabillo del ojo, una figura humana que le resultaba conocida pero que no conseguía identificar—. Esperadme aquí, tengo que comprobar algo.
—Pero, Doctor, ¿dónde vas? —preguntó Donna.
—¡No os mováis! —gritó mientras se alejaba a toda velocidad por aquel pasillo, como si persiguiese una fantasma invisible— ¡Enseguida vuelvo!
Llegó al final de aquel tramo y giró a la derecha. De nuevo la figura se escabulló a la vuelta de la esquina y el Doctor la siguió obsesivo. También a él empezaba a pasarle factura el hacinamiento y el monótono entorno y sintió como se le nublaba la vista. Al cabo de un rato se detuvo, exhausto, y apoyó la espalda contra la pared.
—¿Qué es este sitio? —reflexionó en voz alta— ¡¿Qué eres?! Odio no saber.
Escuchó un susurro, un eco a su alrededor, que se iba haciendo más claro a cada momento.
«Rose Tyler, te llevaré a muchos lugares, a Barcelona, no la ciudad de Barcelona, al planeta Barcelona, te encantará… —resonaron lejanas unas palabras conocidas.»
A lo lejos, entre la bruma de su propia confusión, distinguió una melena rubia y sus corazones se detuvieron por una milésima de segundo.
—¿Ro... Rose? —el corredor daba vueltas y apenas podía mantenerse consciente, pero se incorporó como pudo y fue hacia las voces.
«Rose, lo has hecho, ahora tienes que parar, dejarlo ir.»
«¿Cómo voy a dejarlo ir? Traigo la vida.»
—¡Rose! —el Doctor cayó de bruces contra el suelo— Pero no puede ser, ella está muy lejos de aquí.
«Un día, volveré. , volveré. Hasta entonces, no debe haber ningún lamento, ni lágrimas, ni ansiedades. Sólo tienes que perseverar en todas tus creencias y probarme a mí que no me equivoco en las mías.»
Una punzada golpeó al viejo Señor del Tiempo en el pecho. El recuerdo de momentos largo tiempo olvidados, el inicio de la madurez ganada a golpe de pérdidas, victorias y momentos agridulces. Se incorporó con tremendo trabajo, apoyándose como podía en los laterales del corredor, y continuó avanzando, intentando alcanzar sin éxito a sus propios fantasmas.
«Estoy quemando un sol para decirte adiós.»
«Cuando diga corre, corre.»
«No es que yo sea inocente, he quitado vidas. Es más, me volví astuto. Manipulé a gente para que se suicidara. A veces pienso que el Señor del Tiempo vive demasiado…»
El sonido de las palabras se agolpaba en su mente como un torbellino de sensaciones y sentimientos contrapuestos. Parecían confusas fugas de su historia, ilusiones al azar fruto de aquella prisión de roca y la desorientación. Entonces la distinguió, más claro que antes, como si en verdad estuviese allí, justo delante de él. Aquella figura que lo había atormentado durante tanto tiempo, aquel recuerdo que había intentado suprimir más profundamente que ninguno, casi olvidado y a la vez a flor de piel.
—No, tú no, no puedes ser tú, aun sigues perdida junto al resto —estiró el brazo intentando tocar con la punta de los dedos la túnica carmesí—. Te he decepcionado tantas veces, espero que algún día puedas perdonarme —el mundo se volvió oscuridad mientras aquella figura se alejaba.
Clara bebió otro trago de agua y pasó la cantimplora a su compañera. Aquel corredor en el que se encontraban no debía medir más de metro y medio de ancho y tenían la sensación de que llevaban allí encerradas una eternidad. Sin embargo, tras unos minutos de descanso, ambas mujeres habían recuperado el aliento y la claustrofóbica sensación que les provocaba aquel sitio comenzaba a hacerse soportable.
—Dime, Clara, ¿habla mucho de mí? —Donna la miró con melancolía.
—Ya sabes, es el Doctor, no le gustan las despedidas. Durante mucho tiempo ni siquiera supe que había estado casado.
—¿Qué? —la pelirroja eventual abrió los ojos de par en par— ¿El Doctor casado? Al fin ha superado lo de la rubita. Y, ¿quién es? Otra acompañante como nosotros, ¿verdad? Viejo pícaro…
—Algo así —Clara sonrió—. Tú la conociste, al menos eso me contó él.
—Martha, es ella, ¿no? Siempre estuvo colada por él. Porque no creo que sea Sarah Jane, por lo que me contaba de ella, esa mujer tiene demasiada personalidad para caer en sus garras.
—No —rió la chica imposible—. Esto te parecerá extraño, porque para ti ella ya no está, pero se trata de River Song, la profesora River Song.
Donna se quedó en estado de shock, durante unos segundos no pudo más que abrir la boca de par en par y balbucear.
—Pero, ¿cómo…? Si ella… en la Biblioteca…
—Viajes en el tiempo amiga mía, viajes en el tiempo.
—Así que de eso se conocían. Y él la salvó —se echó las manos a la cabeza y una especie de risilla nerviosa le invadió. Sin embargo, algo cruzó sus pensamientos, como una puñalada, que le hizo fruncir el ceño— Yo no recuerdo mis últimos momentos con él, no sé qué pasó, ni por qué me quedé atrás. Todos me dicen que es mejor así, pero… es duro, es muy duro dejar atrás esta vida cuando se ha convertido en todo para ti.
Clara la rodeó con su brazo y recordó todo lo que había experimentado en el interior de la línea temporal del Doctor. Había sido esparcida a través de innumerables momentos que apenas recordaba. Para ella habían sido sueños que se esfuman al despertar, ecos que no era capaz de retener en su memoria a no ser que se esforzara y entonces era como si recordara toda la vida de otra persona, desde el nacimiento a la muerte. Y eso la aterraba, pues le hacía pensar que para ella, la Clara original, también llegaría su final.
—¿Renunciarías a ese tiempo sólo porque se ha acabado? —preguntó.
Donna la miró y sonrió.
—Jamás.
Un fuerte golpeteo atravesó el enorme corredor, amortiguado por la distancia y la dura roca que conformaba aquel macizo bajo el que se encontraban. Era un sonido constante y arrítmico, envestidas furiosas que parecían proceder de un animal salvaje. Ambas miraron en la dirección por la que habían venido.
—El Doctor ha dicho que no puede entrar —intentó convencerse Clara.
—¿No crees que el Doctor se equivoca demasiado a menudo? —replicó Donna.
El sonido se hizo cada vez más fuerte hasta que cesó de repente con un gran estruendo. Ambas se pusieron de pie de un respingo, mirando fijamente hacia el fondo del corredor por el que habían venido.
—¿Dónde está el Doctor? —preguntó Clara.
—Ha dicho que volvería enseguida.
—Creo que el «enseguida» hace tiempo que ha pasado.
—¿Escuchas eso? —Donna agudizó el oído. Le pareció escuchar unas pisadas y un gruñido férreo— Creo que si estuviera aquí, ahora mismo, nos diría… ¡Corred!
Las dos compañeras salieron rápidamente por el pasillo realizando el mismo recorrido que el Doctor había tomado hacía unos momentos. Giraron primero a la izquierda y cuando llegaron al final de aquel tramo volvieron a girar. Avanzaron bajo la confusión que aquel sitio trasmitía sin saber muy  bien hacia donde estaban huyendo ni si encontrarían refugio. Hasta que, de nuevo desorientadas y exhaustas, se vieron obligadas a detenerse mientras los rugidos del cybershade se hacían cada vez más cercanos.
—Esto es una locura, no hay escapatoria ni a donde esconderse. Es como si estas galerías no tuviesen fin —Clara miró en todas direcciones, intentando descubrir una muesca o cualquier resquicio, una puerta oculta como la que les había permitido salir, un escondite…
—Oh, ¿qué demonios? —exclamó Donna—¡Doctor! ¡Doctor, maldita sea! ¡¿Dónde te has metido?! Más vale que muevas tu maldito culo espacial hasta aquí o te vas a enterar de quién es Donna Noble.
El Doctor escuchó un rumor lejano, el eco de una voz áspera e incisiva que lo sacó de su letargo. Era una especie de alarma, quizás una llamada de ayuda, pero no podía distinguirlo con claridad, el sonido parecía provenir de todas partes y de ninguna en particular, simplemente, flotaba a su alrededor como si se filtrara a través de los poros de la mismísima realidad.
—Donna… —el Doctor se incorporó, aun confuso y aturdido. Aquella voz solo podía proceder de una persona— Donna. ¿Dónde estás? —sacó su Destornillador Sónico del bolsillo, no sin dificultad, y escaneó el ambiente a su alrededor— No puede ser, no puedes estar justo a mi lado, yo estoy justo a mi lado, o algo así —se tambaleó y se apoyó en una de las paredes del corredor.
«¡Doctor! —volvió a escuchar muy débilmente— ¡Ayuda!»
—¿Y si…? —ajustó el Sónico una vez más y lo dirigió hacia ningún sitio en particular— ¡Ajá! Un segundo fuera de sincronía. Ahora sólo tengo que averiguar donde estáis y…
Donna y Clara se agarraron de la mano temiéndose lo peor. La bestia cibernética asomaba ya a la vuelta de aquel pasillo, olisqueando el ambiente y rastreando a sus presas, hasta que las localizó. Entonces lo vieron, ese brillo en sus ojos que delataba una extraña furia inexpresiva. Se preparó para abalanzarse sobre ellas, como un resorte a punto de estallar. Entre aquellas estrechas paredes daba la sensación de que la criatura había crecido en tamaño y ferocidad y desde luego su rugido resultaba más espantoso y aterrador. Entonces, cuando todo estaba perdido, notaron como una mano tiraba de ellas hacia atrás. El rugido del cybershade se convirtió en un lejano eco y la aterradora figura, que hasta hace un segundo las perseguía, se desvaneció.
—¡Os tengo! —exclamó el Doctor y abrazó fuertemente a ambas chicas— ¿Qué me he perdido?
—Ah, poca cosa —contestó Clara, irónica—, un oso de metal hambriento, unos pasillos infinitamente largos, tu mano apareciendo de la nada… lo normal.
—¿Se puede saber dónde te habías metido? —preguntó Donna, apoyando los brazos en las caderas y adoptando una postura de jarra.
—Entretenido, pero lo importante es que creo que he descubierto que es este sitio —se frotó las manos y sonrió—. Vosotras mismas lo habéis dicho.
—¿El qué? —clara se cruzó de brazos, intentando comprender.
—Lo que habéis dicho.
—¿Qué hemos dicho? —replicó Donna.
—Qué es este sitio.
—¿Y qué es? —ambas lo miraban sin comprender nada.
—¿No es evidente? Vosotras mismas lo habéis dicho. Pasillos infinitos, estancias superpuestas pero desincronizadas un segundo, como un interruptor parpadeando tan rápido que no somos capaces de verlo… esto es una TARDIS, una TARDIS abandonada y moribunda, pero aun con el suficiente poder como para defenderse a sí misma. Clara, tú ya has estado en una así, sólo que entonces era la mía.
—¿Tu TARDIS? —preguntó Donna— ¿Qué le pasó a tu TARDIS?
—Una larga historia…
—Sí, es cierto —reconoció Clara—, aunque apenas puedo recordarlo.
—Por eso reaccionó ante mi presencia y nos dejó pasar, por eso las luces se encendieron al detectar el Destornillador Sónico y por eso es tan inmensamente grande por fuera.
—Fuga de espacio…
—Exacto —el Doctor miró a su alrededor. Si aquello era una nave de los Señores del Tiempo debería poder llegar a la sala de control.
—Pero pensaba que estas naves eran inexpugnables y ese cyber… como se llame, ha conseguido colarse a través de la puerta exterior —dijo Donna.
—Es una TARDIS moribunda, a punto de agotarse y ser engullida por la mismísima nada, al final del tiempo y el espacio. Vamos, no seas tan dura con ella —el Doctor acarició las paredes de aquel pasillo y la infinita embarcación emitió un sonido profundo, como una respiración aliviada—. Sí, eso es, descansa.
—Y, ¿cómo ha podido llegar hasta aquí una TARDIS? Pensaba que tu pueblo se había perdido. Eres el último, ¿no?
Clara y el Doctor se miraron. No le habían contado nada de la salvación de Gallifrey a Donna, para ella aun era su futuro y el viejo Señor del Tiempo no se podía arriesgar a que su mente despertara de nuevo, ardiendo en su cráneo, quemándola desde dentro como una llama de Prometeo insoportable. Las medidas de seguridad que se había visto obligado a adoptar aun aguantaban, pero no sabía por cuánto tiempo ni cuanta información sería capaz de asumir. El Doctor-Donna podía despertar en cualquier momento ante una noticia como aquella, la salvación de su pueblo, que le pudiera recordar su propia naturaleza.
—Bueno, ya sabes, el tiempo y el espacio —balbuceó mientras se giraba, jugueteando con el Destornillador, escaneando la estancia en busca de una salida—. Los Señores del Tiempo hicieron muchísimos viajes antes de la Guerra, seguramente alguna nave quedó varada al final del universo y… ¡voila! Aquí estamos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Clara.
—Buscar la sala de control, tenemos que saber que ha pasado aquí, y después irnos tan rápido como podamos.
—¿Y esa bestia? —Donna se cruzó de brazos, un escalofrío la recorrió de arriba abajo— ¿Estamos ya a salvo?
—Si te hace sentir mejor, sí.
—Pero…
—No, aun está pululando por los pasillos, a nuestro lado, sin ser visto, pero en cualquier momento entrará en fase con nosotros.

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