Se pusieron a salvo cuando aquella criatura se encontraba tan sólo a
unos pocos metros de allí. El Señor del Tiempo apuntó su instrumento hacia la
puerta de roca que se cerró justo a tiempo para cortarle el paso al cybershade.
—¿Eso era un cybermen de esos? —preguntó Donna, jadeando aun por la
carrera.
—Algo así —respondió el Doctor—. Debió agarrarse al exterior de la
TARDIS cuando escapamos. Debería haber muerto en el vórtice temporal, pero hace
tiempo que los cybermen se actualizaron para sobrevivir en el vacío, el viaje
solamente le habrá hecho cosquillas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Clara— Parece una especie de corredor, pero
no consigo ver el final.
El Doctor alumbró con su Destornillador el largo pasillo escavado
directamente en la roca y este se iluminó con un resplandor cegador a través de
centenares de miles de piedras luminiscentes situadas en el techo abovedado.
—Uhm, interesante.
—¿Qué es tan interesante? —Donna miró hacia arriba imitando la postura
del galifreyan.
—¿Quién abrió la puerta? —preguntó el Doctor.
—Tú, por supuesto, con tu chisme del espacio —contestó su pelirroja
compañera.
—No, tan sólo reaccionó al detectar el Sónico. ¡Eh! Y no lo llames
chisme —agitó el instrumento a modo de reprobación hacia su compañera—. Yo no
abrí la entrada, solamente la encontré y se activó por sí sola, al igual que
estas luces.
—¿Quieres decir que algo nos está ayudando? —Clara se cruzó de brazos y
frunció el ceño, como siempre hacía cuando algo le preocupaba.
—Aun no tengo claro que nos esté ayudando, puede que sea una trampa
—miró fijamente el fondo de aquel corredor y le pareció ver una figura que le
resultaba familiar, pero al momento se desvaneció—. O tal vez sólo sea
casualidad y las puertas estén diseñadas para abrirse automáticamente al
detectan la presencia de alguien, al igual que las luces.
—Pero, ¿y si es una trampa?
—Entonces caeremos en ella, Clara. Como siempre —sonrió y comenzó a
caminar hacia el interior de la construcción.
Unos fuertes golpes resonaron en la estructura, amortiguados por el
espesor de la dura roca, a los que continuó un gruñido mecánico, como el
chirrido de un engranaje oxidado. Todos sintieron un escalofrío.
—Doctor, ¿crees que aquí estaremos a salvo? —Donna miró hacia la entrada
y se estremeció con cada arremetida de la bestia.
—Estos muros resistirían hasta una explosión nuclear. Yo no me
preocuparía tanto por lo que hay ahí fuera como por lo que podemos encontrar
aquí dentro.
Anduvieron por aquellos interminables pasillos durante horas, girando a
izquierda y derecha sin encontrar una estancia diferente, ni una salida, ni tan
siquiera una señal que les sirviera de guía. Aquel laberinto parecía extenderse
kilómetros y kilómetros bajo la superficie de aquel macizo sin ningún
propósito, y que aquello empezaba a afectarles.
—Necesito agua —se quejó Donna—. Tengo mucha sed y la cabeza me da
vueltas.
—Creo que no ha sido buena idea abandonar la TARDIS, Doctor.
Clara sudaba y se tambaleaba, desorientada y aturdida por una creciente
sensación de claustrofobia que empezaba a invadirles. El Doctor sacó de uno de
sus bolsillos, más grandes por dentro, una cantimplora y se la dio a beber a
sus compañeras.
—Siempre me he preguntado cuál será el límite para esos bolsillos tuyos
—Donna echó un trago y se dejó caer en el oscuro suelo de roca.
El doctor empapó un poco de agua en un pañuelo y se lo pasó por la
frente a Clara. Después le dio de beber.
—Eh, vamos, ¿cómo te encuentras?
—Bien, sólo un poco mareada.
—Vamos a salir de aquí, os lo prometo —se dirigió a sus compañeras—.
Debe de haber una salida y tiene que estar cerca —algo le llamó la atención,
una sombra fugaz a través del rabillo del ojo, una figura humana que le
resultaba conocida pero que no conseguía identificar—. Esperadme aquí, tengo
que comprobar algo.
—Pero, Doctor, ¿dónde vas? —preguntó Donna.
—¡No os mováis! —gritó mientras se alejaba a toda velocidad por aquel
pasillo, como si persiguiese una fantasma invisible— ¡Enseguida vuelvo!
Llegó al final de aquel tramo y giró a la derecha. De nuevo la figura se
escabulló a la vuelta de la esquina y el Doctor la siguió obsesivo. También a
él empezaba a pasarle factura el hacinamiento y el monótono entorno y sintió
como se le nublaba la vista. Al cabo de un rato se detuvo, exhausto, y apoyó la
espalda contra la pared.
—¿Qué es este sitio? —reflexionó en voz alta— ¡¿Qué eres?! Odio no
saber.
Escuchó un susurro, un eco a su alrededor, que se iba haciendo más claro
a cada momento.
«Rose Tyler, te llevaré
a muchos lugares, a Barcelona, no la ciudad de Barcelona, al planeta Barcelona,
te encantará… —resonaron lejanas unas palabras conocidas.»
A lo lejos, entre la bruma de su propia confusión, distinguió una melena
rubia y sus corazones se detuvieron por una milésima de segundo.
—¿Ro... Rose? —el corredor daba vueltas y apenas podía mantenerse
consciente, pero se incorporó como pudo y fue hacia las voces.
«Rose, lo has hecho,
ahora tienes que parar, dejarlo ir.»
«¿Cómo voy a dejarlo
ir? Traigo la vida.»
—¡Rose! —el Doctor cayó de bruces contra el suelo— Pero no puede ser,
ella está muy lejos de aquí.
«Un
día, volveré.
Sí, volveré. Hasta
entonces, no debe haber ningún
lamento, ni lágrimas, ni ansiedades.
Sólo tienes que perseverar en todas tus creencias y probarme a mí que
no me equivoco en las mías.»
Una punzada golpeó al viejo Señor del Tiempo en el pecho. El recuerdo de
momentos largo tiempo olvidados, el inicio de la madurez ganada a golpe de
pérdidas, victorias y momentos agridulces. Se incorporó con tremendo trabajo,
apoyándose como podía en los laterales del corredor, y continuó avanzando,
intentando alcanzar sin éxito a sus propios fantasmas.
«Estoy quemando un sol
para decirte adiós.»
«Cuando diga corre,
corre.»
«No es que yo sea inocente,
he quitado vidas. Es más, me volví astuto. Manipulé a gente para que se
suicidara. A veces pienso que el Señor del Tiempo vive demasiado…»
El sonido de las palabras se agolpaba en su mente como un torbellino de
sensaciones y sentimientos contrapuestos. Parecían confusas fugas de su
historia, ilusiones al azar fruto de aquella prisión de roca y la
desorientación. Entonces la distinguió, más claro que antes, como si en verdad
estuviese allí, justo delante de él. Aquella figura que lo había atormentado durante
tanto tiempo, aquel recuerdo que había intentado suprimir más profundamente que
ninguno, casi olvidado y a la vez a flor de piel.
—No, tú no, no puedes ser tú, aun sigues perdida junto al resto —estiró
el brazo intentando tocar con la punta de los dedos la túnica carmesí—. Te he
decepcionado tantas veces, espero que algún día puedas perdonarme —el mundo se
volvió oscuridad mientras aquella figura se alejaba.
Clara bebió otro trago de agua y pasó la cantimplora a su compañera.
Aquel corredor en el que se encontraban no debía medir más de metro y medio de
ancho y tenían la sensación de que llevaban allí encerradas una eternidad. Sin
embargo, tras unos minutos de descanso, ambas mujeres habían recuperado el
aliento y la claustrofóbica sensación que les provocaba aquel sitio comenzaba a
hacerse soportable.
—Dime, Clara, ¿habla mucho de mí? —Donna la miró con melancolía.
—Ya sabes, es el Doctor, no le gustan las despedidas. Durante mucho
tiempo ni siquiera supe que había estado casado.
—¿Qué? —la pelirroja eventual abrió los ojos de par en par— ¿El Doctor
casado? Al fin ha superado lo de la rubita. Y, ¿quién es? Otra acompañante como
nosotros, ¿verdad? Viejo pícaro…
—Algo así —Clara sonrió—. Tú la conociste, al menos eso me contó él.
—Martha, es ella, ¿no? Siempre estuvo colada por él. Porque no creo que
sea Sarah Jane, por lo que me contaba de ella, esa mujer tiene demasiada
personalidad para caer en sus garras.
—No —rió la chica imposible—. Esto te parecerá extraño, porque para ti ella
ya no está, pero se trata de River Song, la profesora River Song.
Donna se quedó en estado de shock, durante unos segundos no pudo más que
abrir la boca de par en par y balbucear.
—Pero, ¿cómo…? Si ella… en la Biblioteca…
—Viajes en el tiempo amiga mía, viajes en el tiempo.
—Así que de eso se conocían. Y él la salvó —se echó las manos a la
cabeza y una especie de risilla nerviosa le invadió. Sin embargo, algo cruzó
sus pensamientos, como una puñalada, que le hizo fruncir el ceño— Yo no
recuerdo mis últimos momentos con él, no sé qué pasó, ni por qué me quedé
atrás. Todos me dicen que es mejor así, pero… es duro, es muy duro dejar atrás
esta vida cuando se ha convertido en todo para ti.
Clara la rodeó con su brazo y recordó todo lo que había experimentado en
el interior de la línea temporal del Doctor. Había sido esparcida a través de
innumerables momentos que apenas recordaba. Para ella habían sido sueños que se
esfuman al despertar, ecos que no era capaz de retener en su memoria a no ser
que se esforzara y entonces era como si recordara toda la vida de otra persona,
desde el nacimiento a la muerte. Y eso la aterraba, pues le hacía pensar que
para ella, la Clara original, también llegaría su final.
—¿Renunciarías a ese tiempo sólo porque se ha acabado? —preguntó.
Donna la miró y sonrió.
—Jamás.
Un fuerte golpeteo atravesó el enorme corredor, amortiguado por la
distancia y la dura roca que conformaba aquel macizo bajo el que se
encontraban. Era un sonido constante y arrítmico, envestidas furiosas que
parecían proceder de un animal salvaje. Ambas miraron en la dirección por la
que habían venido.
—El Doctor ha dicho que no puede entrar —intentó convencerse Clara.
—¿No crees que el Doctor se equivoca demasiado a menudo? —replicó Donna.
El sonido se hizo cada vez más fuerte hasta que cesó de repente con un
gran estruendo. Ambas se pusieron de pie de un respingo, mirando fijamente
hacia el fondo del corredor por el que habían venido.
—¿Dónde está el Doctor? —preguntó Clara.
—Ha dicho que volvería enseguida.
—Creo que el «enseguida» hace tiempo que ha pasado.
—¿Escuchas eso? —Donna agudizó el oído. Le pareció escuchar unas pisadas
y un gruñido férreo— Creo que si estuviera aquí, ahora mismo, nos diría…
¡Corred!
Las dos compañeras salieron rápidamente por el pasillo realizando el
mismo recorrido que el Doctor había tomado hacía unos momentos. Giraron primero
a la izquierda y cuando llegaron al final de aquel tramo volvieron a girar.
Avanzaron bajo la confusión que aquel sitio trasmitía sin saber muy bien hacia donde estaban huyendo ni si
encontrarían refugio. Hasta que, de nuevo desorientadas y exhaustas, se vieron
obligadas a detenerse mientras los rugidos del cybershade se hacían cada vez
más cercanos.
—Esto es una locura, no hay escapatoria ni a donde esconderse. Es como
si estas galerías no tuviesen fin —Clara miró en todas direcciones, intentando
descubrir una muesca o cualquier resquicio, una puerta oculta como la que les
había permitido salir, un escondite…
—Oh, ¿qué demonios? —exclamó Donna—¡Doctor! ¡Doctor, maldita sea!
¡¿Dónde te has metido?! Más vale que muevas tu maldito culo espacial hasta aquí
o te vas a enterar de quién es Donna Noble.
El Doctor escuchó un rumor lejano, el eco de una voz áspera e incisiva
que lo sacó de su letargo. Era una especie de alarma, quizás una llamada de
ayuda, pero no podía distinguirlo con claridad, el sonido parecía provenir de
todas partes y de ninguna en particular, simplemente, flotaba a su alrededor
como si se filtrara a través de los poros de la mismísima realidad.
—Donna… —el Doctor se incorporó, aun confuso y aturdido. Aquella voz
solo podía proceder de una persona— Donna. ¿Dónde estás? —sacó su
Destornillador Sónico del bolsillo, no sin dificultad, y escaneó el ambiente a
su alrededor— No puede ser, no puedes estar justo a mi lado, yo estoy justo a
mi lado, o algo así —se tambaleó y se apoyó en una de las paredes del corredor.
«¡Doctor! —volvió a escuchar muy débilmente— ¡Ayuda!»
—¿Y si…? —ajustó el Sónico una vez más y lo dirigió hacia ningún sitio
en particular— ¡Ajá! Un segundo fuera de sincronía. Ahora sólo tengo que
averiguar donde estáis y…
Donna y Clara se agarraron de la mano temiéndose lo peor. La bestia
cibernética asomaba ya a la vuelta de aquel pasillo, olisqueando el ambiente y
rastreando a sus presas, hasta que las localizó. Entonces lo vieron, ese brillo
en sus ojos que delataba una extraña furia inexpresiva. Se preparó para abalanzarse
sobre ellas, como un resorte a punto de estallar. Entre aquellas estrechas
paredes daba la sensación de que la criatura había crecido en tamaño y
ferocidad y desde luego su rugido resultaba más espantoso y aterrador.
Entonces, cuando todo estaba perdido, notaron como una mano tiraba de ellas
hacia atrás. El rugido del cybershade se convirtió en un lejano eco y la
aterradora figura, que hasta hace un segundo las perseguía, se desvaneció.
—¡Os tengo! —exclamó el Doctor y abrazó fuertemente a ambas chicas— ¿Qué
me he perdido?
—Ah, poca cosa —contestó Clara, irónica—, un oso de metal hambriento,
unos pasillos infinitamente largos, tu mano apareciendo de la nada… lo normal.
—¿Se puede saber dónde te habías metido? —preguntó Donna, apoyando los
brazos en las caderas y adoptando una postura de jarra.
—Entretenido, pero lo importante es que creo que he descubierto que es
este sitio —se frotó las manos y sonrió—. Vosotras mismas lo habéis dicho.
—¿El qué? —clara se cruzó de brazos, intentando comprender.
—Lo que habéis dicho.
—¿Qué hemos dicho? —replicó Donna.
—Qué es este sitio.
—¿Y qué es? —ambas lo miraban sin comprender nada.
—¿No es evidente? Vosotras mismas lo habéis dicho. Pasillos infinitos,
estancias superpuestas pero desincronizadas un segundo, como un interruptor
parpadeando tan rápido que no somos capaces de verlo… esto es una TARDIS, una
TARDIS abandonada y moribunda, pero aun con el suficiente poder como para
defenderse a sí misma. Clara, tú ya has estado en una así, sólo que entonces
era la mía.
—¿Tu TARDIS? —preguntó Donna— ¿Qué le pasó a tu TARDIS?
—Una larga historia…
—Sí, es cierto —reconoció Clara—, aunque apenas puedo recordarlo.
—Por eso reaccionó ante mi presencia y nos dejó pasar, por eso las luces
se encendieron al detectar el Destornillador Sónico y por eso es tan
inmensamente grande por fuera.
—Fuga de espacio…
—Exacto —el Doctor miró a su alrededor. Si aquello era una nave de los
Señores del Tiempo debería poder llegar a la sala de control.
—Pero pensaba que estas naves eran inexpugnables y ese cyber… como se
llame, ha conseguido colarse a través de la puerta exterior —dijo Donna.
—Es una TARDIS moribunda, a punto de agotarse y ser engullida por la
mismísima nada, al final del tiempo y el espacio. Vamos, no seas tan dura con
ella —el Doctor acarició las paredes de aquel pasillo y la infinita embarcación
emitió un sonido profundo, como una respiración aliviada—. Sí, eso es,
descansa.
—Y, ¿cómo ha podido llegar hasta aquí una TARDIS? Pensaba que tu pueblo
se había perdido. Eres el último, ¿no?
Clara y el Doctor se miraron. No le habían contado nada de la salvación
de Gallifrey a Donna, para ella aun era su futuro y el viejo Señor del Tiempo
no se podía arriesgar a que su mente despertara de nuevo, ardiendo en su
cráneo, quemándola desde dentro como una llama de Prometeo insoportable. Las
medidas de seguridad que se había visto obligado a adoptar aun aguantaban, pero
no sabía por cuánto tiempo ni cuanta información sería capaz de asumir. El
Doctor-Donna podía despertar en cualquier momento ante una noticia como
aquella, la salvación de su pueblo, que le pudiera recordar su propia
naturaleza.
—Bueno, ya sabes, el tiempo y el espacio —balbuceó mientras se giraba,
jugueteando con el Destornillador, escaneando la estancia en busca de una
salida—. Los Señores del Tiempo hicieron muchísimos viajes antes de la Guerra,
seguramente alguna nave quedó varada al final del universo y… ¡voila! Aquí
estamos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Clara.
—Buscar la sala de control, tenemos que saber que ha pasado aquí, y
después irnos tan rápido como podamos.
—¿Y esa bestia? —Donna se cruzó de brazos, un escalofrío la recorrió de
arriba abajo— ¿Estamos ya a salvo?
—Si te hace sentir mejor, sí.
—Pero…
—No, aun está pululando por los pasillos, a nuestro lado, sin ser visto,
pero en cualquier momento entrará en fase con nosotros.
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