sábado, 20 de abril de 2013

Excusas

El destino tuvo la culpa aquella vez, la primera, en que sus ojos verdes se posaron en mi. Desde entonces ambos quedamos irremediablemente unidos a través de los siglos, más allá de la carne superficial, perecedera. Nos descubrimos tras cada muerte, en el renacer de cada etapa, en el transcurso de todos los periodos fugaces que conforman la vida humana. La mortalidad se convirtió en una excusa, un instrumento con el que reencontrarnos de nuevo, siempre, a través del espacio y el tiempo, condenados eternamente a completar las dos mitades de un mismo ser.

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