Bajó de la litera con la misma
energía con que lo hacía cada mañana. Tenía una larga barba y su pelo enmarañado
daba la impresión de que nunca hubiera sido domado. Parecía un hombre joven, al
menos a primera vista eso relataban
sus facciones, pero sus ojos dejaban entrever una expresión distinta. Eran
cristales de un verde parduzco, ávidos e incisivos, pero a la vez cansados.
Tenía aquella extraña mirada de anciano que desentonaba por completo con su
aspecto jovial. Un joven viejo impertinente que nunca paraba de moverse,
aleteando las manos de un lado a otro, sin poder cerrar la boca un solo
segundo.