Aquí no queda sopor, ni sueños,
no queda más que campo yermo.
En la tiniebla de nuestra soledad
reside la salvación de nuestro espíritu
y el renacer del tiempo.
En la olvidada barbarie,
en el desterrado recuerdo,
acecha el abrazo gélido y cruel
del perecer o seguir muriendo.
O te aferras al miedo o el miedo te lleva,
o te entregas al silencio
o la sordera se convierte en frontera
de las dos patrias que nunca se unieron,
de las mitades de un ser
que siguen, aún hoy, combatiendo.
Abrazo pétreo de nuestro indolente espíritu
que arrastra consigo la poca voluntad que nos queda.
Desamor latente en el corazón del tiempo,
desgarro del camino, caminar es cuento,
acechando en la vereda el indomable espectro.
¿Dónde queda el verso que nuestros padres marcaron?
¿Dónde la lluvia que limpió el estercolero?
No fue, ni será, el relato
tal como nos convencieron.
Entre la soledad y el odio,
entre la agonía del tiempo.
Abojo, en el arroyo tierno, no queda ya consuelo,
sino pena e historia de los que ya se fueron,
de los valientes ingenuos que por cobardes murieron.