Dejamos tantas siestas sin dormir cuando la luna nos alcanzó
escondida en los pliegues de tus párpados,
ahogando llantos en almohadas de piedra
y surcando los mares de la nada.
Dejamos tantos ruegos sin rezar al alcanzarnos el Alba,
y los recobecos de tus labios eran tan dulces,
que la noche se esfumó como una rápida racha
del viento septentrional que trajo tu nombre.
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